by Lisa Haney

domingo

CARNE DE PROCESIÓN un poema de Conrado Santamaría

CARNE DE PROCESIÓN

Fueron tiempos de hechizos y deslocalizaciones,
de estiércol y fuegos artificiales.
No sé si os acordáis.

Nosotros,

encorvados y alegres,

procesionábamos delante de las oficinas del paro vestidos de nazarenos,
procesionábamos por la mañana y por la tarde,
entre el redoble de los tambores y el estruendo de las cornetas,
procesionábamos por las noches también,
cuando las puertas de las oficinas habían sido clausuradas
y en sueños sudorosos nos empeñábamos en procesionar.

Bajo la lluvia, bajo la nieve, bajo los arduos rayos del sol
procesionábamos.

Procesionábamos
con nuestros propios pies, que descalzos arrastraban las cadenas,
procesionábamos
con nuestras propias manos, que ensangrentadas manejaban la disciplina,
procesionábamos
con nuestra propia canción, que silenciada se adhería a la polvareda.

Éramos carne de procesión.
           
Nuestros capirotes señalaban arrogantes el cielo,
mas la luz les huía,
nuestros cirios encendidos apenas iluminaban,
nuestros sambenitos devolvían su amarillo festivo a los ojos agradecidos de los espectadores,
que deslumbrados apartaban la mirada.

Procesionábamos interminablemente,

delante de las oficinas del paro,
delante de los estadios,
delante de los cuarteles,
delante de las catedrales,
delante de los patíbulos,
delante de las grandes superficies,
delante de los cementerios,
delante de los concesionarios,
delante de los parlamentos,
delante de las fundaciones,
delante de los hospitales,
delante de las cajas de ahorro,
delante de las cárceles,
delante de las administraciones de lotería,
delante de las escuelas,
delante de los parques temáticos,
delante de los manicomios,
delante de las redacciones,
delante de los urinarios,
delante de los zoológicos,
delante de los paraninfos,
delante de las comisarías,
delante de los solares en construcción.

Y procesionábamos delante de nosotros mismos
que nos mirábamos galvanizados y sonrientes por debajo del capirote
sin querer comprender.

Sonámbulos durante el día
y durante la noche sonámbulos.

Procesionábamos y procesionábamos
y a nuestras espaldas
no se derrumbaban edificios en llamas,
ni las nubes descargaban torrentes de sangre,
ni surgían del fondo del mar serpientes emplumadas,
ni las mujeres parían entre gritos niños decapitados.

Éramos carne de procesión.

Aquellos tiempos
de  verbenas y capitulaciones.

No sé si os acordáis.



CONRADO SANTAMARÍA

CINCO POEMAS DE OLAYA BELLVER

COSTUMBRE

Puede que haya dejado de importarme
la medida de todo.
Crecer también es esto: vivir acostumbrada.
Pero sigo mirando los tejados en uve
sobre el fondo de piedra,
los bloques imponentes de ladrillo
por detrás de las hojas,
y los ángulos rectos, los lados encajados
sobre las superficies transformadas,
la flor que, en el jardín, para poder abrirse
ha de pedir permiso.
Vivir acostumbrada y, sin embargo,
que sigan pellizcándome los ojos las manos
geométricas del hombre.
Y añorar el regreso a lo esencial.
Codiciar el origen.


[Sobre la mesa,brazos...]

Sobre la mesa, brazos.
¿Dónde he puesto los míos?
Sobre la mesa, brazos.
Largos miembros idénticos de extremos 
bifurcados en ramajes confusos.
Se ha posado en mi nuca,
mientras busco mis brazos,
un pájaro glacial.
Sobre la misma mesa que propone
reuniones de amigos y enemigos,
juraría estar viendo una fosa común.


[Se murieron los años que he vivido y no os pedí...]

Se murieron los años que he vivido y no os pedí
por ello que guardarais un minuto de silencio.
Diría más: no sabríais guardarlo.
Y cuando coincidimos, sin levantar sospechas,
oculto a los difuntos debajo de mi ropa. 
Es cierto que prefiero hacerme cargo
de estos muertos tan míos sin vuestra interferencia:
de llevarles claveles, crisantemos,
de llorarlos, de ponerles violetas en los ojos,
de perfumar sus restos, de esconderlos.
Porque quién sino yo va a saber respetar
la libertad que han sido,
o quién podrá honrar a mis antepasados
como los honro yo.


[En el mismo vagón, la señora madura...]

En el mismo vagón, la señora madura,
- no como el fruto suspendido en la rama,
no de esa clase, madura
como el tronco de un roble centenario -
recorre con sus ojos los pies de los viajeros
como si fueran joyas y brillaran:
zapatos harapientos, textiles fluorescentes que
apestan a petróleo,
tacones afilados capaces de ensartar un corazón,
uñas largas y cortas, roñas, lacas y esmaltes,
bailarinas de negro terciopelo, sandalias sin escrúpulos,
pulgares doblegados, suelas rotas, deformidades
cóncavas y curvas, emanaciones verdes o invisibles.
Después del recorrido, hunde entre sus rodillas la cabeza
y repliega sus pies avergonzados, enterrándolos vivos
debajo del asiento.
Parece que, de pronto, la señora madura se ha sentido descalza.


[Hermenéutica: el arte de interpretar textos...]

Hermenéutica: el arte de interpretar textos.
Por lo tanto, imagina a un hombre bajo el mar
ataviado con un pesado traje de buzo,
portando una escafandra colosal y redonda
como un planeta,
sin parpadeos, sin ojos, descreyendo
sus propios movimientos que son lentos,
velados, desvaídos, cada vez más lentos.


OLAYA BELLVER

sábado


CONRADO SANTAMARÍA - NIÑO DE ELCHE
CORRO DEL NIÑO PALESTINO
https://gafasdever.bandcamp.com/track/canci-n-de-corro-del-ni-o-palestino

jueves

5 poemas de Banalidades (2013),

de Brane Mozetič


ME SONRÍE EN UNA LIBRERÍA, DESDE DETRÁS
de un estante, sus dientes resplandecen. Claro,
pienso, otro más que liga con los intelectuales.
Sigo buscando, estoy donde la letra B,
y él aparece detrás, donde la M, supongo,
quién sabe. Como en una película, me digo,
pero él insiste, sigue dando vueltas hasta
llegar a mi lado: «Perdóname», me roza con
su cuerpo delicioso, dice algo más, pero
no lo entiendo. Mi corazón galopa como
la primera vez, y él atrapa mi mano con arte y
disimulo «¡mira!, nos interesa el mismo libro».
Me ha ganado, trato de hacerle entender que
no tengo dinero para pagar por sexo, pero no quiere
oír nada y me invita a su casa. Me resisto
con torpeza, ya que podría hacerme
cualquier cosa. Pero no, su piel me invita
con más fuerza y cuando, más tarde, se mueve
encima, no puedo creérmelo. Me paro…
después escribo despacio, con titubeos,
que mordisquea mis pezones, luego baja hasta…
mi polla y se la mete en la boca. Desliza
por ella su lengua rosada, se la mete
en el culo y, así, se mece encima de mí.
Siento vergüenza al continuar… diciendo que
ahora se desengancha de mi polla y vuelve
a comérsela, y baja para meterme la lengua
en el hueco, y sabe, al sentir su palpitación,
que tiene que follarme. Al principio empuja
despacio, luego más rápido, hasta el clímax, y
yo agarro sus músculos oscuros, sudados, como
si se me fuera la vida en ello . No me da pavor
reconocer que, después, cuando se durmió,
me acerqué a la cocina donde colgaban
los cuchillos de la pared, y pensé que lo mejor
sería acuchillarlo. Que dolería demasiado
quedarme con él. Así, me habría resultado
más fácil vestirme y salir.



CUANTO MÁS SE AGOTABA EL DÍA, MÁS
solo me sentía. Como si la luz fuese destinada al
ancho mundo, a aires grandiosos y firmes. Así
que siempre he ligado por la noche, en la oscuridad.
Como si temiera dormirme solo. Aunque sólo
se trata de dormir, cuando no necesito a nadie.
Pueden incluso irritarme, empujarme, destaparme,
despertarme. Tantas veces me los traje a casa,
con urgencia y un deseo incomprensible de
tenerlos a mi lado, incluso contra mi gusto y,
después, no sabía qué hacer con ellos, cómo
despedirlos, o deseaba que se durmieran ya y
me dejaran en paz. Claro, me esperaba el horror
al amanecer, sobre todo si estaba borracho
por la noche y sobrio por la mañana. Tal vez
deba reconocer que también mis amores
de años, si puedo llamarlos así, tienen que ver
con esto, con noches de este estilo. ¿Les impulsaba
el mismo motivo? El de dejar el mundo para
volver a casa. Es extraño pensarlo de este modo.
Y yo imaginándome que me tenían tanto apego,
que sus sentimientos eran tan profundos, únicos,
amor irrepetible, atracción erótica, entrega.
Después, todo eso resultó fácilmente transferible a
otras personas. Y se sucedían las noches en las que
sentía un impulso inconcebible de volver a buscar.
Y hubo otras en las que me daba cuenta de
que todo era un engaño y que era imposible huir.



SÓLO DOS OJOS QUE BRILLAN EN
la oscuridad y me atraen sin remedio. Como si tuviesen
prisa, mis dedos investigan el cuerpo, la piel y por debajo
de la cintura, mi boca succiona sus labios carnosos que
me llenan por completo. En Christopher Street
o en la calle Metelkova, él desaparece, así que me
voy yendo, me pierdo entre los cuerpos sudados, y allí
lo pillo acariciando la mano de un tipo blandengue.
Que su amigo tiene problemas. Oye, puto negro,
esloveno, francés, bosnio, ¡que te jodan!, ¡vete
a tomar por culo! O cuando pasa por delante con otro
como si no pasara nada o como si yo no fuera nadie,
difícilmente lo tomaría por normal. Los días
pasan, y los años, y demasiadas palabras que carecen
de sentido. Leo que, en el ayuntamiento, un político
le pegó un tiro a otro. Ahora los dos están muertos.
La descabellada historia continúa con fotos del guapo
asesino desnudo, de su cuerpo perfecto, de cuando aún
iba de bares y follaba en los aseos, de cuando se perdía,
como tú, durante horas enteras entre la exagerada
multitud de gente bailando. Menos mal
que mantuve la sangre fría y no te maté. Lo que
podrían haber sacado en los periódicos… y tal vez hubiese
aumentado la venta de mis libros. En ellos te mataba
despacio, a pedazos, a ti y a otras innumerables
víctimas del asesino en serie que hay de mí.



MIRO A TODOS ESOS CHICOS ESBELTOS POR
las esquinas –chinos, árabes, negros, latinos, bosnios–
cómo sonríen, escupen y se agarran la entrepierna.
Los desnudo con la mirada, la paso por sus pechos,
sus vientres planos, sus músculos morenos, por sus cuerpos
enteros. O persiguen la pelota por las canchas,
quitándose las camisetas por el calor, y brillan las gotas
de sudor, les silban a las chicas y me imagino
cómo se me echarían encima si supieran que los
observo. Sus ojos se disparan curiosos por el mundo,
y está claro que lo peor ya ha pasado para mí, que puedo
contemplarlos así, con tranquilidad, pues
qué harían en mi dormitorio, donde todo está
en orden, donde no hace falta temer a la policía, ni
exaltarse con las peleas, ni huir de los disparos.
¿Qué podrían contar a sus amigos?, ¿de qué podrían
vanagloriarse?, ¿qué lucirían esos héroes de la calle
de al lado? En la sala de fitness, donde se exhiben músculos,
encuentro la comodidad. O en los bares, en las playas,
donde miles de gays hacen esfuerzos para ganar
la carrera contra el tiempo. ¿Cómo podrían entrenar
en mi dormitorio?, ¿cómo competir?, si allí el tiempo
se ha parado, ¿cómo entender mis besos menudos?,
¿cómo disfrutar del silencio o sólo del susurro?
Todo eso, lo desconocido, les espantaría, como a ti,
que entraste orgulloso y sonriente por la puerta y,
después, empezaste a menguar hasta que,
al amanecer, se te llevó la niebla.



MI ABUELO FUE EL PRIMERO EN VER QUE
no me merezco vivir. Mis chillidos le desquiciaban
tanto que me encerró en la pocilga. Tal vez los cerdos
me hubieran aplastado, tan menudo como era, si no
me hubiese rescatado alguien. Me salvaron una segunda vez
cuando me caí en un arroyo, mi cabeza se hundió en
el lodo y me quedé sin aire. Me sacaron tirando de mí
por las piernas. La tercera vez, mi abuelo dejó caer desde
lo alto de la casa, donde reparaba la parra, una estaca
sobre mi cabeza, por lo visto sin querer, cuando
me asomaba curioso por la ventana. Sólo pude retroceder
y ver, de pie, la sangre que brotaba de mi cabeza. No
sentía nada. El charco en el parqué se hacía cada vez
más grande hasta que alguien entró por casualidad.
Después mi recuerdo se nubla, sólo retengo la imagen
del médico al que le explicaba que me había dado
contra la pared. Tendría que haberme muerto. Al menos
tres veces, si no más. Después me fueron matando despacio,
año tras año, y me acostumbré, me puse a esperar a
ver cuándo lo lograban. El que más se esforzaba eres tú.
Me estrangulabas, me asfixiabas, me rompías
los huesos, devastabas mi cerebro. Más de mil veces
tuvimos sexo, y cada vez me observabas atento
a ver si cruzaba el límite para no volver más.
Nadie me salvaba ya. Y todo me agotaba
tanto. Me matabas aún más cuando, a mi lado,
follabas con otros, jadeabas y gritabas y nunca te era
suficiente. Era como si me hubieses arrojado a la pocilga.
Me mataste del todo cuando me trajiste en brazos
a mi perro atropellado por un coche, despacio, como en
la secuencia final de una película y, después, la oscuridad.




*Ljubljana – Eslovenia, 1958. Ha publicado, en poesía: Sneguljčica je sedem palčkov (‘Blancanieves es siete enanitos’, 1976), Soledadesi (‘Soledades’, 1978), Pesmi in plesi (‘Lo azul del contacto’, 1982), Zaklinjanja(‘Conjuros’, 1987), Mreža (‘Red’, 1989), Obsedenost/Obsession (‘Obsesión’, 1991), Pesmi za umrlimi sanjami (‘Poemas por los sueños muertos’, 1995), Metulji (‘Mariposas’, 2000), Banalije (‘Banalidades’, 2003), Še banalije (‘Más banalidades’, 2005) y In še (‘Todavía más’, 2007); y, en prosa: Pasijon (‘Pasión’, 1993), Angeli (‘Ángeles’, 1996) yZgubljena Zgodba (‘Una historia perdida’, 2001). El autor ha publicado en español los siguientes poemarios: Poemas por los suenos muertos (2004), Metulji / mariposas (2006), Banalidades (2011, 2013). En literatura infantil: El país de las bombas (2014).


2 poemas de Banalidades (2013),

de Brane Mozetič



POR LA MAÑANA YA HACÍA UN CALOR INFERNAL.
Un día para estancarse. Para boicotear la vida.
Desenchufé la radio, la tele, el teléfono, el móvil,
el ordenador, desenchufaría hasta la nevera para que
no hiciera ruido. De las habitaciones contiguas
voces humanas, fuera los sonidos de coches, trenes,
campanas. Bajo las persianas para amortiguar
un poco esta sarta de ruidos y, sobre todo,
el sol y el calor. Estoy solo,
sudando como ante las preguntas esenciales.
Un día idóneo para que algo me salga bien.
Ordeno y reordeno los libros, no sé qué hacer
con ellos ni conmigo mismo. Mi cabeza
estalla de dolor. Y también
con el deseo de abrirme brechas en las muñecas,
porque un día así cansa. Estoy solo conmigo mismo,
me digo, del principio al fin. Las horas se dilatan
y todo queda inerte. Tengo ganas de cortar
estas sensaciones inútiles conforme a lo que
nos enseñaron. Echo un vistazo a los manuales
de autoayuda, dándome cuenta de que me falta
uno del boicot. Miles de voces me repiten «aguanta,
aguanta», aunque es obvio que
esto no tiene sentido. Todo lo del pasado parece
tan soportable, incluso bello, pero ahora,
con este calor, ya nada está bien. Cierro los ojos
y finjo que no existo.



ALGO DEBE FALLAR EN NOSOTROS. A
los cuarenta y cinco años, no tengo a nadie
en quien pensar con amor. Los recuerdos
duelen. Nunca había pensado que la belleza
podía doler tanto. Miro las caras y
me falta el aire. Tal vez sea la hora
de quitarme la vida con un gesto dramático o
de que me aniquile el sida. Sea el Sena,
sea el Hudson, esto ya no da más de sí.
Frecuento clubes sospechosos, la gente
habla sin tocarse, o calla
y folla en la oscuridad de los cuartos oscuros.
Sólo me dijo: «Cuando salgamos, ya no nos
conocemos». ¿Es mejor así? Miro atento
al andar para no caerme, he confundido
las calles, a veces aparecen grupitos de negros
con ese aire de amenaza, de horror que me atrae,
sea en Nairobi, en Sao Paulo o en el Bronx.
Maldigo a mi mulato porque ha sido
tan imposible, y a mí mismo por seguir
deseando algo, porque algo falla en mí.



ME ENCUENTRO MIRANDO SIN CESAR.
Veo que no dejo de mirar el móvil.
Me gustaría, en realidad, pulsar Leer,
y que allí saliese Te echo de menos.
Veo que me hundo cada vez más
en el pasado que tira de mí.
Para volver a yacer en el heno que había en
el desván del establo. Cuando el chico vecino
me tocó la entrepierna por primera vez. En
realidad, fingía que no lo hacía, lo fingíamos
los dos. Se me echó encima, así, vestido, y sentía
su peso, sus jadeos. Tantas veces nos llamaba
aquel lugar, justo encima de los puercos
chillando. O a lo mejor no lo hacían, y el establo
estaba ya vacío por entonces. En mis recuerdos
ha perdido importancia. Nuestros leves
movimientos se han superpuesto a todo
lo demás. Era verano y hacía calor, y sudábamos.
Nos quitamos la camiseta y nos desabrochamos,
uno al otro, el pantalón. Cuán ávidas
buscaban las manos y cuán punzante era el heno.
No me atrevo a evocar las escenas, pero se
enhebran solas, humedad, el olor de los sexos.
Cuando entro en bares de gays, todo me
resulta ajeno, no hay muchachos vecinos,
ni heno, ni nadie me echa de menos. Me veo
buscando siempre, en realidad, la tecla de
Apagar.

lunes

NADA QUE OBJETAR

qué queda por objetar

le dije: 
te estás poniendo gordo y no es azar.
Fulmina para siempre ese castillo
de mujeres sin ton ni son coordinadas
entre poemas y mundos y células,
te estás poniendo gordo, hermano
te estás poniendo muy gordo
acaba con esas acrobacias de amigas
de las que te enamoras así: alto del mástil
abandona
gordito mío
corre a salvar tu vida
corre a salvar tu vida
corre a salvar tu vida
esconde la barriga
destruye para siempre esa nieve de mujeres
absurdas chupa sangres vestidas de Primark
destruye ese lugar irritabilidad en tu cabeza
y
empieza a ver la verdad que se esconde
en ti
tu destino
tu ventaja
gordito mío, anímate a liberar
todas las mariposas, haz una avalancha
de aleteos, cangrejito saltamontes mío 
fábrica de tristes visiones,
velo
fuera
grita mi amor grita grita
y sé un perfumado canto a la sordera,
espanta tus demonios
de mujeres, amigas, hembras diez.

Erick Raful

sábado

PRIVATIZAR un poema de MARTA NAVARRO GARCÍA

Cuando empezaron a cerrar centros de salud por la tarde
no protesté,
porque tenía las mañanas libres.
Cuando aprobaron
las Nuevas Formas de Gestión en Sanidad,
no me preocupó,
porque soy moderno y me gustan las novedades.
Cuando negaron la asistencia sanitaria a los inmigrantes,
no protesté,
porque yo soy de aquí.
Cuando decidieron concertar camas
en la sanidad privada,
no protesté,
porque tengo una salud de hierro.
Cuando suprimieron los servicios de ferrocarril convencional,
no protesté,
porque no vivo en un pueblo aislado.
Cuando quitaron las becas en los comedores escolares
de la escuela pública,
no protesté,
porque no tengo hijos.
Cuando adjudicaron hospitales
hasta treinta años prorrogables
a empresas inmobiliarias, bancos y fondos de inversión,
cuando metieron mi salud en su burbuja,
quise protestar,
pero para entonces
habían privatizado las protestas.
Ahora busco a alguien que me ayude
a defenderme de los privatizadores,
pero ya no queda nadie sano.
He aprendido bien la lección:
Hay que romperle los dientes al sistema
antes de que nos venda sus muelas de oro,
antes de que las alimañas nos arrastren
a su cueva de sobres y crucifijos,
antes, mucho antes de que conviertan
en hemorragia nuestros derechos .


Marta Navarro 
(Vietnam bajo la cama - Edt Amargord )

lunes

EL DESPUÉS, un poema de Sara Zapata

EL DESPUÉS

El problema no es confundirse
ni apostarlo todo al número equivocado,
pues eso es estar vivo.
No es tampoco abrir una puerta y encontrarla tapiada,
ni creer en el mañana cuando ni siquiera hay ahora.
El problema es perder la esperanza,
volver más viejo del camino,
la tristeza convertida en piel,
el fracaso para desayunar,
la decepción dándote los buenos días,
las preguntas colgando de las perchas.
El problema es que la vida te cambie demasiado.
El problema, el gran problema,
es volver a empezar siendo el que se era.

Sara Zapata

miércoles

Un poema de BEGOÑA ABAD

Este empeño mío
de nacer cada mañana,
me costará caro.
El mundo no soporta,
así como así,
que alguien se resista
a unirse a los adultos,
a los que saben más,
a los que dirigen mejor,
a los que “crecen”,
a los que medran,
a los que pueden.
No soporta
a alguien que se resista
a esa especie de muerte
que ellos llaman vida.



Begoña Abad

lunes

ALBADA, un poema de Philip Larkin


Trabajo todo el día, y por la noche bebo.
Despertado a las cuatro, miro la calma oscura.
Tendrán luz las cortinas, despacio, en sus extremos. 
Miro mientras lo que hay ahí sin duda:
la muerte infatigable, hoy un día más cerca,
que no deja pensar más que de qué manera
y dónde y cuándo moriré yo mismo.
Árido interrogante: pero el miedo
a morirse, a estar muerto,
aterroriza y siempre está encendido.
Más luz. La mente en blanco. No por remordimiento
-el bien que no ha hecho uno, el amor que no ha dado,
tiempo arrancado intacto-, ni depresión ante esto
de que una sola vida tarde tanto
en rehuir sus comienzos erróneos, si es que puede;
sino por el vacío total y para siempre,
la segura extinción hacia la que viajamos
a perdernos del todo. A no estar más aquí,
a no estar en ninguna parte y
pronto. ¿Hay algo peor y más exacto?
Es un modo especial de tener uno pánico
que no hay trucos que quiten. La religión lo quiso,
brocado musical y apolillado
creado para hacer como que no morimos,
o ese rollo engañoso de que Un ser racional
cómo puede temer lo que no sentirá,
cuando el miedo -no ver, no oir- es ése,
sin tacto, gusto, olfato, nada con que pensar,
nada que amar o con que conectar,
la anestesia total de la que nadie vuelve.
Y así está en el umbral de la visión,
vaho borroso y breve, un frío siempre ahí,
que frena cada impulso hasta la indecisión.
Tantas cosas es raro que ocurran: ésta sí.
Y su conciencia nos encorajina
igual que algo que quema, si nos pilla
sin nadie o sin alcohol. Inútil ser valiente,
es decir, no asustar a otros. La bravura
no libra a nadie de la sepultura.
En la muerte da igual quejica o resistente.
Poco a poco hay más luz y el cuarto se percibe.
Simple como un ropero esto que sí se sabe,
que siempre hemos sabido, que no puede rehuirse
ni aceptarse. Tendrá que irse una parte.
Los teléfonos, prontos a sonar, laten mientras
en despachos cerrados; toda la indiferencia
amanece del mundo alquilado y complejo.
Blanco como la arcilla está el cielo, nublado.
Habrá que ir al trabajo.
Van de una casa a otra carteros como médicos.
Philip Larkin